Desde siempre me había interesado hacer actividades de voluntariado pero la edad siempre había sido un impedimento, así que una vez cumplidos los 18 años y con tiempo libre porque acababa de dejar una carrera decidí “apuntarme”.
Estuve casi todo el año colaborando los fines de semana con la Asociación de Síndrome de Down del País Vasco, concretamente con un grupo de niños/as de unos 8 años con los que hice muchas actividades diferentes (merendolas, bailes, cine, piscina, juegos en la asociación y en la calle…).
También estuvimos un fin de semana en Santoña, y tanto ellos/as como nosotros disfrutamos muchísimo.
Fue una experiencia muy interesante y de descubrimiento de cómo se comportan los niños/as con este síndrome y de que, por muchos problemas que tengan, tienen el corazón más grande que muchos de nosotros.
Hubo momentos duros en los que no sabíamos cómo solucionar determinadas situaciones porque no entendíamos lo que ellos/as necesitaban y ellos/as tampoco comprendían lo que queríamos transmitirles ni las explicaciones que les dábamos.
Sin embargo, son capaces de ofrecer mucho más de lo que podemos llegar a imaginarnos y el cariño y el afecto que dan compensan los malos ratos y los momentos de testarudez que a veces manifiestan.
En el verano esta fundación me propuso trabajar como acompañante de una niña con Síndrome de Down en las colonias de la Diputación.
Tenía que realizar la función de monitora, estando con todos los niños pero especialmente con ella, ayudándole en los momentos de ducha, cambio de ropa, comidas, salidas…
Creo que podía ser mucho más autónoma si no estuviera tan super-protegida por su familia. Esa falta de autonomía me supuso realizar un doble esfuerzo para conseguir que hiciera cosas de las que ella misma era capaz pero no quería hacer porque le resultaba más cómodo que las hiciese yo, llegando a tener que llevarla a kutxus en una salida porque se negaba a andar. En estos días, con gran esfuerzo por parte de las dos, consiguió muchos avances, tanto a nivel de relación con los demás niños como en autonomía personal.
Tuve momentos de bajón, ya que estar 24 horas pendiente de ella suponía un fuerte desgaste físico y anímico, pero mis compañeros, en la medida que podían, me echaban una mano, liberándome en algún momento.
Por último decir que han sido experiencias impresionantes y animo a todo aquel a quien se le haya pasado por la cabeza hacer algún tipo de voluntariado a que lo haga porque de esta manera no sólo ayudarán a esos padres y niños/as, que realmente lo necesitan, (la colaboración del voluntariado se hace imprescindible para el desarrollo del proyecto de integración y participación social de las personas con discapacidad intelectual), sino que aprenderán y se percatarán de muchas cosas de ellos mismos y de los demás sobre las cuales nunca se habían parado a pensar.
Lorena Llavero
martes, 10 de noviembre de 2009
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